viernes, 28 de septiembre de 2012

Chucho, el joven




He tenido la fortuna de vivir pocas muertes en mi familia, hasta ahora la más difícil que he tenido que superar es la de mi abuelo Diego, de quien ya les conté en este blog. Durante mi vida, de manera indirecta y a veces sólo como espectador, me ha tocado estar presente en varias “despedidas” que organizan las familias para sus seres amados.

Hoy, una de las personas que más amo en el mundo, sufre la partida de un hombre que, aparte de ser su abuelo, era su padre, su ejemplo y una de las personas más importantes en su vida. No hay palabras para confortar una pérdida tan grande. Cuando me habló llorando para decirme que iba camino al hospital, sólo atine a decirle que estaría con ella en todo momento, y así lo hice. Su abuelo, un hombre de 96 años que, a pesar de las enfermedades y debilidades que ya enfrentaba a consecuencia de su edad, no estaba cansado de vivir y quería llegar a los 100 años, de hecho algunas veces nos quería hacer trampa y cuando le preguntábamos su edad decía: cien. Siempre sonreía cuando le hablabas, la primera vez que me vio, le dijo a su nieta: “Esta bien grandote.” Me daba el saludo de la banda (una palmada y golpe con el puño cerrado) y algunas veces preguntaba por mí. Lo conocí durante 4 años y en ese corto tiempo logre ver en él a un ser humano fenomenal que ayudaba a cuantas personas pidieran su ayuda sin recibir nada a cambio, siempre haciendo travesuras y comiendo lo que se suponía ya no podía comer, en las comidas familiares no era extraño verlo robar gelatina o dulces o lo que tuviera a su alcance, a mi me divertía mucho cada vez que se salía con la suya. Sopeaba el pan en el café (igual que yo) mandaba a la chingada a cualquiera que lo quería contradecir, le decía “ésta” a su esposa y le encantaban los dulces (igual que a mí), siempre se frotaba las manos antes de comer o hacer algo que le gustaba, él se ganó mi corazón en poco tiempo.

Despedir a una persona de ese tamaño no es fácil, ver a toda una familia sufrir la partida de un ser querido le rompe el corazón a cualquiera. Ver a la persona que amas sufrir de una manera en la que nunca la habías visto, es algo muy difícil. 

No soy para nada un experto en estas cosas pero si les puedo hacer notar algo que a mi parecer es muy importante:

 Siempre he preferido recordar a las personas por las vivencias que tuve con ellos y no me gusta verlos ya dentro de un ataúd o en sus últimos momentos, esto es algo que les dejo como consejo, si lo pueden evitar, evítenlo y mejor recuerden a la persona que aman por lo que vivieron con él/ella y por los buenos momentos que pasaron juntos.

Tengan MUY presente que lo que importa no es estar con ellos en sus últimos momentos o despedirse de ellos en vida, lo IMPORTANTE es estar con ellos en la mayor cantidad de momentos, siempre decirles lo mucho que los aman, lo mucho que les agradecen su existencia, lo mucho que importan en su vida, lo mucho que los admiran y siempre procuren abrazarlos, besarlos, hacerles cariños, no se guarden nada para que no lo quieran hacer cuando ya no se pueda…

A la memoria de el joven. Que en paz descanse.

viernes, 21 de septiembre de 2012

La secundaria





Qué bonita es la adolescencia ¿verdad? Es una etapa en la vida en la que el pasado te vale madre, el futuro, te vale madre y piensas que el presente es lo único que importa, eres invencible, haces lo que quieres, cuando quieres y por lo general, no te gusta seguir las reglas ni que te digan que hacer, peleas todo el tiempo con tu familia y amenazas con irte de la casa… 

Bueno nunca llegue a tanto, pero mi paso por la secundaria fue muy divertido, aunque no fue tan bueno al principio. Imaginen que llegó al primer año de secundaria en una escuela en donde había estudiado gran parte de mi familia, desde el inicio, las maestras saben quién eres, saben quién es tu familia y te empiezan a observar más de cerca. Si a esto le sumas que el último de tus tíos en estudiar ahí fue un alumno modelo (saludos Víctor) pues la cosa se pone más difícil.

Al primer año llegue hablando como norteño, ya sabes con ese acento bien particular de la gente del norte del país, mi vocabulario incluía palabras como: vato, morra, troca, “está cura”, carrilla, y una gran lista de etc. Más tardé en llegar que en lo que ya me habían puesto apodo, al nanches se le conoció en la secundaria como “El Texano”. Gran creatividad que tenemos a esa edad ¿no? Estaba chistoso mi apodo hasta eso. Ser diferente a los demás me provocó algunos problemas como se podrán imaginar, el primer año trate de ser sólo un alumno más y aguante la carrilla de todos, (por cierto, eso del bullying ha existido siempre y antes no nos suicidábamos ni lloriqueábamos como ahora hacen… no es cierto, es algo serio padres, cuiden a sus hijos como dice el Haragán) uno en particular que creo que era golpeado por su papá, llegaba y se desquitaba conmigo jaja, yo aguante al inicio, no raje ni llore ni nada hasta que llegó el día en que me colmó la paciencia y lo reventé. Después de eso, mágicamente no sólo él, sino todos los otros que molestaban al texano le bajaron de huevos (se calmaron, ustedes perdonen mi lenguaje vulgar) y todo, ahora si empezó a ser divertido.

Para el segundo año yo estaba en lo más alto de mi “rebeldía”, me juntaba con banda que era más grande que yo y por ende eran los cool del salón, molestaba a los nerds, a las niñas estudiosas… ¡ñoñas! y era para decirlo de manera fácil el típico guey al que odias en la escuela (a menos que seas su amigo o que seas tú). Una de tantas veces, no me pregunten por qué, empezamos a quitar las lámparas del salón, de esas que explotan al romperse y las aventamos a los autos que estaban estacionados en la calle… Otra vez, pusimos barniz de uñas transparente en las conexiones de las lámparas para que no hubiera luz y nos dejaran ir temprano (iba en el turno vespertino), funcionó un par de veces. ¿Recuerdan ese juego de patear la mochila? Uno de esos días en que no teníamos clase, jugamos fútbol con la mochila de un incauto que estaba en su taller, cuando regresó, sacó sus lentes para la clase y estaban todos rotos, con un par de hoyos en el centro de los vidrios jajajaja perdonen pero aún me da mucha risa su cara; mis papás y los papás de otro compa tuvieron que pagar por el daño y creo que nos expulsaron una semana o dos, no recuerdo, mi mamá se la pasó un buen rato en la escuela porque le hablaban a cada rato y seguro que le decían que yo era un caso perdido o algo así pero ella siempre aguanto todo, love you mom. 

La libreta de reportes, no sé si ustedes saben lo que es, pero es un cuaderno que guarda el jefe de grupo (el más ñoño del salón) con quejas de los alumnos, que al acumular X número de ellas, te suspendían, una vez estuve a punto de llegar al límite y como buen hijo que soy, quise evitar una nueva visita de mi mamacita hermosa, entonces con la ayuda de otro que estaba en la misma situación que yo, robamos el dichoso cuaderno de reportes y todos pensaron que la ñoña, perdón, la jefa de grupo lo había perdido, ver su cara de fracaso nos alegró el año completo, era una de esas niñas que siempre sacan 10, siempre las felicitan y son como higaditos, pero esa vez, le dimos su primer fracaso en la vida. La vi de nuevo hace unos meses y estaba de limpia parabrisas, me dijo que nunca se pudo recuperar de ese fracaso… Eso es choro, pero estaría chido ¿no? La verdad es que nunca la he visto después de eso pero espero que le vaya muy bien.

Sin duda esa etapa fue muy buena y divertida en mi vida, pero no la mejor, guardo muy buenos recuerdos de todos los que convivieron conmigo en esos años. Aún quedan muchas cosas pendientes que contarles de la secundaria pero lo haré en otro tiempo.

P.D. Obvio la foto de portada no es mía, no me voy a quemar en sociedad.

viernes, 14 de septiembre de 2012

El Pulque Bowl




Muchos de ustedes saben que una de mis pasiones más antiguas es el Football Americano. En gran medida debo mi gusto por este deporte a uno de mis tíos que, siendo yo apenas un niño de 5 – 7 años, me inicio en el arte de lanzar y atrapar el balón, correr y anotar, taclear y las reglas básicas del deporte. Él, fanático de los gambusinos también tuvo algo que ver en mi enamoramiento del equipo más grande de todos los tiempos: San Francisco 49ers.

Ya les he contado que desde niño he andado de vago (como me decía mi madre), casi todo el tiempo me la pasaba jugando con mis tíos que si no me falla la memoria, son 6 y 7 años más grandes que yo. Mis tardes eran básicamente jugar con ellos y sus amigos en la calle, fútbol, frontón y cuando teníamos suerte, algo de americano; y digo suerte porque no muchas veces estaban todos dispuestos a jugar tocho, ya saben, el precio que hay que pagar por vivir en un país pambolero.

Tengo muy buenos recuerdos de toda esa banda de la Díaz Mirón, ahí pasaba gran parte de mi tiempo, ahí aprendí a pelear y también ahí me pusieron por primera vez el ojo morado, recuerdo que mis tíos al igual que yo, estábamos espantados porque no queríamos que mi madre se diera cuenta de mi ojo, me pusieron un pedazo de carne cruda según ellos para que se me quitara, claro que no funcionó pero como experiencia callejera fue de lo mejor.

Justo en la esquina de la calle en que vivíamos, había una pulquería: “Todos contentos” se llamaba, -ahora entiendo a la perfección el nombre del lugar- no era raro ver a varios señores ahí sentados o tirados en la banqueta del lugar, uno de esos días en los que nos preparábamos para jugar tocho, no sé cómo, ni por qué pero nos dijeron que los “borrachines” de la pulquería nos querían retar, si nosotros perdíamos, les invitábamos un pulque y si ganábamos nos pagaban los refrescos. Para ser sincero, no recuerdo bien los términos de la apuesta estaba muy pequeño y no fui yo quien negocio con ellos, pero digamos que así fue.

El partido inicio, ellos tenían la ventaja de ser más grandes que nosotros, pero nuestra ventaja, resultaría más definitiva en el marcador: nosotros no estábamos intoxicados. A mi corta edad, no sabía porque algunos en el equipo de los borrachines apenas podían correr, otros se caían solos, su quarter back no llegaba los pases, sus bloqueadores se caían al menor empujón y sus receptores tiraban los pases, a la defensiva, no nos podían alcanzar y mucho menos cubrir. No nos llevó mucho tiempo aprovecharnos de eso para ganar el partido.

En el sentido estricto del juego fue un desastre, no seguíamos las reglas, hubo muchos castigos que no se marcaron, no podíamos recordar el marcador, etc. Pero dejamos de preocuparnos por esas cosas cuando empezamos a reír y disfrutarlo porque el “Pulque Bowl” en sí fue épico, hasta este día, lo recuerdo como el juego más divertido de mi vida.

Agradecimiento especial a mis tíos, cómplices de muchas de mis travesuras y compañeros en otras, Marco, Víctor gracias por esa gran infancia que me regalaron.

viernes, 7 de septiembre de 2012

El sureño





Como a casi todos los hombres, a temprana edad despertó en mí el interés por aprender a manejar, y lo hice a la vieja escuela: observando y preguntando de todo a mi padre mientras él manejaba. Así aprenden los hombres ¿qué no?... bueno, casi todos.

Mi padre tenía un Volkswagen sedan mejor conocido por nosotros como “bocho”, si la memoria no me falla, fue en ese bocho que di mis primeros acelerones / enfrenones por la calle. Nuestra casa en aquel tiempo no tenía una rampa de cemento como casi todas las casas de ahora, teníamos que poner unas rampas hechas de metal y subir por ahí los autos, una de las veces que me tocó meter el bocho, la llanta trasera izquierda resbaló misteriosamente de la rampa y la salpicadera fue a dar contra la entrada de la casa; así fue como deje mi primera marca sobre un auto y sobre la puerta de la casa.

Después de ese bocho, recuerdo un Datsun y un Atlantic que me gustaban mucho, y como ya tenía más experiencia y mi padre siempre fue el mas cool del mundo, nanches y sus amiguitos se la pasaban dando vueltas por la colonia gastando gasolina y “piropeando” a las chavas que tenían la mala fortuna de cruzarse en nuestro camino, qué les puedo decir, a esa edad era una muy buena diversión, mejor eso que estar cheleando en la calle, bueno eso también lo hacía pero no cuando manejaba… bueno solo un poco.

¿Por qué ponernos nombres a nuestros autos? Ya sé que no todos lo hacen, pero yo soy de los que sí, creo que la mejor explicación la escuche de Dany (primo de mi carnal el güero) una vez en alguna fiesta me dijo: “Mi nave es como mi caballo y nadie maneja a mi caballo.” Supongo que a mis autos los considero como algo más que objetos y es por eso que les pongo nombre, son mis caballos. Al primero de mis caballos que nombre fue una golf, “la golfa” -ya se, qué creativo verdad- como sea, la golfa fue muy importante en mi vida social de aquel tiempo, no era raro que la banda y yo esperáramos a mi papá a que llegara de su trabajo los Viernes por la noche para que nos la prestara para ir a fiestas o al tico (luego les cuento de ese lugar) y él siempre tan fregón no se negaba, Rodo siempre ha sido reconocido por toda mi banda como un excepcional, no me cansaré de agradecerle siempre su forma de ser con nosotros. Love you dad.

El sureño era un Nissan Tsuru I, gris de dos puertas, ese coche me enseño más de lo que hubiera esperado, ahí pase momentos increíbles con la banda, fiestas, reuniones, antros, conciertos, y mi primer cuernavacazo con los carnales. Además de todo lo anterior, el sureño fue el primer auto que fue mío, una vez más, mi padre portándose cómo el mejor del mundo me lo regaló cuando termine la universidad, pero la verdad es que el sureño era mío desde antes, los fines de semana estaba en mi poder, toda la banda lo ubicaba y seguro lo recuerda, veían al sureño y decían: ahí viene el nanches.

La mejor anécdota que les puedo contar del sureño, es el regreso de una fiesta en donde fuimos 3 naves pero a la hora de regresar sólo estaba él, como uno más de los carnales, nos dijo: “no hay pedo, súbelos a todos” así que eso hicimos, nanches al volante, dos morras en el asiento del copiloto, 4 en una primera capa del asiento trasero, otros 4 sobre esos 4, uno recostado con los pies de fuera sobre los 8 y dos en la cajuela (Rodo si estás leyendo esto, considera que estaba muy chamaco) pues el sureño no se rajó y aguantó todo el camino, la parte chistosa de la historia fue que los que iban en la cajuela se salieron en un alto para decirnos a los que íbamos dentro que ahí venia una patrulla… cri cri cri, yo pensé lo mismo, como sea, la patrulla al verlos nos paró, uno de los carnales se bajó y les empezó a gritar que le iba a hablar a su mamá que trabajaba en no sé qué delegación y que los iban a correr y demás. Durante la negociación de su mordida, atrás de los oficiales alcancé a ver a uno de los carnales que caminó hacia la parte de atrás de la patrulla, se bajó el cierre y empezó a orinar la “unida” por poco lo delató con mi risa, al final, los policías se llevaron 80 pesos y una miada, nosotros nos llevamos una gran noche que seguimos recordando y el sureño nos llevó a todos a casa sanos y salvos.

Tiempo después se aproximaban los XV años de mi hermanita, mi consentida y yo veía a mi padre muy apurado con el dinero para la fiesta, el sureño siempre como buen carnal me dijo: “Véndeme y dale el dinero a tu papá.” Su último acto de solidaridad, así lo hice, tome las llaves y le dije a Rodo que lo vendiera y que ocupara el dinero para la fiesta de mí sis. Valió la pena.